[Eduardo Gudynas] No es raro que se critique a algunos movimientos sociales como nuevos “ludditas”, románticos que están contra de la ciencia, la técnica y la innovación. Es una imagen que se repite en muchos países donde se dice que los ambientalistas están en contra del progreso, rechazan la tecnología y defienden un primitivismo donde todos deberíamos refugiarnos en cavernas.
Esas analogías son infundadas. Por un lado, muestran muchas simplificaciones en sus entendimientos sobre los ludittas, su contexto histórico y sus significados. Por otro lado, dejan en evidencia una incapacidad para entender al ambientalismo contemporáneo y las contradicciones del desarrollo actual.
Los “destructores de máquinas”, entre ellos los ludditas, fueron movimientos de obreros y campesinos que actuaron especialmente en Inglaterra a fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Sus acciones más recordadas eran romper telares y otras máquinas. Su nombre deriva de su supuesto líder, Ludd. Invocaban ese nombre, lo usaban en sus proclamas, y con eso esperaban despistar a la policía que buscaba una y otra vez a un inexistente capitán Ludd.
A partir de esas imágenes simplistas, hay quienes usan el término luddita para teñir negativamente a distintas posturas o movimientos sociales actuales, presentándolos como reñidos con la tecnología y la innovación, irracionales o románticos.
Repasemos la historia para desentrañar la validez de esos vínculos. En Inglaterra, hace unos dos siglos atrás, los ludditas no tenían como objetivo primario la destrucción de máquinas, ni rechazaban la modernización, ni buscaban regresar a la Edad Media. Eran acciones dirigidas contra ciertos patrones y empresarios, con la finalidad de salvaguardar salarios, asegurar el empleo, o rechazar la suba de precios de los alimentos (1).
Digámoslo de manera simple: luchaban por su simple subsistencia, por poder tener un ingreso mínimo en dinero que les permitiera comer. Eran luchas por la supervivencia. Es por esto que muchas de las acciones de los ludditas iban más allá de las fábricas, desplegándose en el medio rural, sobre haciendas, cultivos o graneros, etc., así como en las minas de carbón. No estaban enfocadas ni en telares ni en las incipientes empresas textiles, sino en cierto tipo de empresariado que los exprimía.
Representaban ensayos de movilización, acción colectiva y redes solidarias, en incipientes movimientos obreros. Es por esto que distintos historiadores, como Eric Hobsbawm (2), las describen como “negociaciones colectivas a través del motín”. Allí donde tenían éxito, llegaron a acuerdos similares a los que en la actualidad serían los convenios salariales.
Sus acciones eran como erupciones, producto de condiciones que alcanzaban extremos intolerables, propias de los primeros tiempos de la revolución industrial. Actuaban contra las máquinas allí donde era adecuado, y lo hacían porque el repertorio de acciones que tenían disponibles para presionar era muy acotado. Eran tiempos que no se podía apelar a un ministerio del trabajo, a jueces o a los medios de prensa. En otros sitios, las máquinarias ni siquiera los amenazaban directamente, pero eran saboteadas en represalia contra los patrones, como ocurría en establecimientos rurales o en las bocas de las minas de carbón.
Está muy documentado que los ludditas no estaban en contra de las máquinas como un todo, sino de aquellas que se usaban, según sus palabras, de un modo “fraudulento y engañoso” para perjudicar a los obreros. Es más, respaldaban el uso de maquinaría si eran operadas por trabajadores capacitados y que recibieran un adecuado salario. Este era de hecho, uno de sus reclamos.
Esto explica que en las acciones contra las textiles, solo rompían ciertos tipos de telares, y sólo en algunas compañías. Por si fuera poco, la mayor parte de la población, incluyendo otros empresarios, comerciantes y demás, compartían desconfianzas y temores ante los cambios económicos y productivos de aquel temprano capitalismo industrializado. Por ello amparaban a los ludditas, no los denunciaban, y eso permitió que la mayoría de ellos permanecieran libres. Las propias autoridades británicas no se mezclaron en el asunto hasta una etapa posterior, prefiriendo encaminar arreglos locales.
Establecido esos aspectos sobresalientes, cabe preguntarse porqué comenzó a usarse el término para tachar como anti-tecnológicos a distintos movimientos sociales, olvidando la historia de aquellas tempranas luchas obreras. En aquel tiempo, ese cambio de dirección comenzó con cambios tanto en el empresariado como en el gobierno británico. Varios de aquellos primeros grandes capitalistas, construyeron historias que estigmatizaban a las clases populares y que ensalzaban sus propios papeles. Los empresarios y sus fábricas, eran presentados como héroes que promovían el progreso y bienestar frente a las hordas populares, ignorantes y atrasadas. Al poco tiempo, el gobierno inglés decidió tomar partido por ese tipo de desarrollo capitalista, pasó a apoyar a aquel empresariado, y es por ello que envió al ejército a apaciguar las zonas más conflictivas.
Seguramente más de un lector encontrará varias similitudes con situaciones latinoamericanas actuales, donde se repiten esos conflictos propios del capitalismo y el apoyo gubernamental, aunque no puede decirse que la protesta ciudadana sea en contra de la tecnología. Pero es cierto que desde gobiernos o empresas es más sencillo esconder los asuntos centrales en disputa, tales como impactos sociales y ambientales, bajo dichos propagandísticos que califican de ignorantes o atrasadas a las comunidades locales.
Por todas estas razones no es apropiado calificar de ludditas a los ambientalistas en un sentido negativo. Esto es inadecuado en relación a aquellos ludditas originales, minimizándose sus luchas por la dignidad humana y la calidad de vida.
Por otro lado, el ambientalismo actual utiliza la ciencia y la tecnología, ya que ella brinda las evidencias que muestran los impactos ambientales de muchos emprendimientos. Las denuncias sobre extinción de especies, la contaminación que se oculta en suelos y aguas, o el avance del cambio climático, todas ellas se basan en evidencias científicas. Los “verdes” tampoco están en contra de la tecnología, sino que reclaman usos que estén adaptados a las circunstancias sociales y ambientales de cada comunidad.
Algunas discusiones actuales sobre los impactos de ciertas tecnologías en nuestras vidas y el ambiente podrían expresar un “nuevo luddismo”, pero por otras razones, muchas de las cuales están en recuperar sentidos de identidad, defensa de la calidad de vida, solidaridad y cooperación. Esto deja en claro que el debate ambiental no está centrado en la antitecnología o el regreso al pasado, sino en temas permanentes como la calidad de vida, los derechos de las personas y la Naturaleza.
(1) Binfield, K. Wirtings of the Luddites. J. Hopkins Univ. Press, 2004.
(2) Hobsbawm, E. The machine breakers. Past and Present, Vol 1, 1952.
Fuente: Spaciolibre