Por Pablo Solón
Desglobalizarse no es aislarse ni promover la autarquía, sino impulsar una integración mundial diferente que no esté dominada por el capital. Desglobalizarse es pensar y construir una integración alternativa que tenga en su centro a los pueblos y a la naturaleza.
La globalización no es un proceso de creciente interdepen-dencia e integración hecho posible gracias al avance de las comunicaciones y el internet. La globalización no es sinónimo de mundialización. La globalización es un proceso de integración acelerado del capital, la producción y los mercados que abarca todas las esferas de la vida en pos de aumentar la tasa de ganancia del capital.
Según Walden Bello y Focus on the Global South, que acuñaron el término de la desglobalización, el objetivo de esta propuesta no es retirarse de la economía mundial, sino desencadenar un proceso de reestructuración del sistema económico y político mundial que fortalezca la capacidad de las economías locales y nacionales en lugar de degradarlas (Bello, 2005). Desglobalizarse es cuestionar el proceso de integración dominado por la lógica del capital y la supuesta racionalidad de la economía que erosiona la capacidad de decidir de la gente y los Estados. Desglobalizarse es empezar a pensar y construir una integración en función de las necesidades de los pueblos, las naciones, las comunidades y los ecosistemas.
Al igual que el decrecimiento, la desglobalización nos invita a imaginarnos una sociedad de prosperidad sin crecimiento que degrade la naturaleza, y a pensar una mundialización para la gente y no para los bancos y las transnacionales.
La propuesta de la desglobalización abarca tres procesos que están íntimamente ligados. El primero, comprender el devenir de la globalización y los diferentes momentos por los que atraviesa; el segundo, deconstruir, confrontar, resistir, frenar y trabar la expansión de la globalización; y el tercero, construir alternativas a este proceso de captura del mundo por el capital (Bello, 2005).
Comprender el proceso de la globalización
En opinión de Walden Bello, la globalización ha tenido dos grandes etapas. Una primera que se extendió desde el siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914; y una segunda etapa que se inició en la década de 1980 y que continúa hasta nuestros días. Entre estas dos grandes etapas de la globalización existió, entre 1914 y 1980, un período que se caracterizó por el dominio de economías capitalistas nacionales con un importante grado de intervención del Estado y una economía internacional con fuertes restricciones en los flujos comerciales y de capital (Bello, 2013).
La etapa actual de la globalización comenzó a fines de los setenta y principios de los ochenta con el neoliberalismo y el llamado “Consenso de Washington”. La ideología del neoliberalismo plantea que la clave está en el mercado y la competencia que premia a los emprendimientos eficientes y rentables mientras castiga a las empresas y negocios obsoletos. Para que el mercado y la competencia cumplan su función es necesario, por un lado, levantar las trabas y obstáculos que no permiten que las mercancías, los servicios y los capitales fluyan libremente y, por otro lado, limitar el rol del Estado a nivel social, productivo, comercial, financiero y ambiental. Para el neoliberalismo todo lo que frena la competencia es contrario a la libertad del individuo de consumir, innovar e invertir en aquello que le da más beneficios y satisfacción. La desigualdad que deviene de la competencia y el mercado es una recompensa para los más eficientes y a la larga genera un crecimiento que beneficia al conjunto de la sociedad aunque siempre de manera dispareja.
Para el neoliberalismo no existen ciudadanos sino consumidores que se realizan en tanto amplían su capacidad de consumir. El progreso y la modernidad están asociados al consumo y al incremento de la productividad, y no así al cuidado del ser humano o de la naturaleza. Esta ideología de la modernidad basada en un consumo y productivismo sin límites es tan fuerte que puede penetrar incluso a comunidades indígenas que antes tenían como horizonte vivir en equilibrio con ellos mismos y con la naturaleza.
Las políticas neoliberales abarcan medidas orientadas a:
- a) Achicar el Estado, privatizar las empresas públicas, disminuir el gasto público, reducir los impuestos a las utilidades, recortar los subsidios sociales, en síntesis, desmantelar el Estado para que los mercados muestren todo su potencial.
- b) Reducir las regulaciones al flujo de capitales y actividades financieras.
- c) Impulsar mecanismos y acuerdos supranacionales que garanticen las inversiones extranjeras por encima de la soberanía de los Estados.
- d) Promover acuerdos de liberalización comercial que comprenden bienes, servicios, inversiones, compras públicas, políticas de competencia, derechos de propiedad intelectual y un conjunto de disposiciones que anteponen los derechos del capital a los derechos laborales y ambientales.
- e) Recortar y flexibilizar las conquistas laborales y sociales para así ampliar los márgenes de ganancia del capital.
- f) Impulsar la financiarización de la naturaleza y de la vida creando nuevos mercados especulativos para la realización del capital.
Desde sus orígenes, el neoliberalismo nunca fue aplicado en forma uniforme en todos los países. La implementación del neoliberalismo en el Reino Unido, Estados Unidos o Chile siempre se dio en el marco de particularidades y especificidades nacionales, como es, por ejemplo, el enorme presupuesto de defensa de los Estados Unidos o el mantenimiento de la presencia militar en la industria del cobre en Chile. En realidad, nunca existió un neoliberalismo puro que se aplicara por igual en todos lados. Siempre estuvieron de por medio sectores de poder nacionales o resistencias sociales que dieron características particulares a la aplicación del neoliberalismo en cada país. El neoliberalismo siempre fue bastante flexible y recurrió a formas de adaptación muy hábiles que le permitieron sobrevivir e incluso expandirse cuando se dieron procesos de nacionalización de empresas o renegociación de acuerdos comerciales.
El neoliberalismo no es un todo coherente con sus propios postulados. Por ejemplo, en relación a los derechos de propiedad intelectual promueve un régimen proteccionista de las patentes que en su mayoría son controladas por grandes empresas; a nivel de las inversiones establecen un régimen de protección que favorece a los inversionistas extranjeros por encima de los inversionistas nacionales; y a nivel de la libre circulación se concentra sólo en las mercancías y los capitales y deja abandonadas a su suerte a las personas y a la fuerza laboral que está constreñida por una serie de regulaciones migratorias. Dejar de lado el libre transito de las personas es la prueba mas contundente de que la globalización neoliberal no persigue una integración para el ser humano.
El avance del neoliberalismo parecía incontenible después de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética e incluso algunos presagiaban el establecimiento de un nuevo orden mundial regido por organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y las corporaciones transnacionales. Sin embargo, a fines de siglo comenzaron a manifestarse los efectos devastadores del neoliberalismo y empezó un proceso cada vez más amplio de resistencia a la globalización. De un primer momento de optimismo neoliberal, pasamos a la crisis de México de 1994, la crisis financiera asiática de 1997, la profunda recesión en la Argentina de 1998 al 2002, y luego la crisis de 2007 en Estados Unidos que sigue sin resolución y se ha extendido a Europa, a las economías emergentes, y ahora araña a la economía China.
La globalización neoliberal produjo el remplazo de las crisis cíclicas del capitalismo por una crisis crónica, que ya dura más de una década,. Está crisis crónica lejos de provocar la implosión del capitalismo ha generado un proceso de mayor concentración de la riqueza. El capitalismo neoliberal provoca y se alimenta de la crisis. La crisis crónica se ha convertido en una oportunidad para que varios capitales, principalmente ligados al sector financiero y especulativo, multipliquen sus ganancias.
La liberalización comercial contribuyó a la migración del capital allí donde las condiciones laborales y ambientales eran más precarias provocando la perdida de millones de empleos. Los ajustes estructurales promovidos por el FMI y el BM agravaron el saqueo en varios países y desencadenaron un endeudamiento externo insostenible. La perdida de empleos, viviendas y conquistas sociales fue golpeando a amplios sectores de la población.
La aplicación del neoliberalismo genera resistencias. Importantes huelgas y movilizaciones trataron de parar su avance. Muchas fueran derrotadas. Otras lograron ciertos triunfos parciales como la movilización de Seattle en 1999 contra la OMC o la campaña contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que logró frenar este tratado en el año 2005.
El descontento fue tan grande que en países de Latino América surgieron gobiernos progresistas con discursos anti-neoliberales o de afirmación de un cierto grado de soberanía frente al capital transnacional. En sus primeros años, algunos de estos gobiernos aplicaron medidas de control o regulación sobre el capital financiero y comercial, renegociaron o frenaron ciertos Tratados de Libre Comercio (TLCs), denunciaron algunos Tratados Bilaterales de Inversiones (BITs), nacionalizaron ciertas empresas y desarrollaron diferentes programas sociales y asistencialistas que mejoraron las condiciones económico sociales de millones de personas. Estos gobiernos progresistas incluso promovieron procesos de integración como Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Alternativa Bolivariana de los pueblos de nuestra América (ALBA) que permitieron cierto grado de autonomía política principalmente de los Estados Unidos.
Sin embargo, estas medidas se basaron en un reforzamiento del extractivismo que se benefició de los altos precios internacionales de las materias primas y los “commodities”. Cuando la crisis crónica de la economía mundial se fue extendiendo a las economías emergentes y pasó el boom de los precios, las economías de esos países empezaron a enfrentar serios problemas y el descontento de la población empezó a ser canalizado por el renacer de fuerzas neoliberales.
El proceso de resistencia también se dio en Estados Unidos con Occupy Wall Street, la primavera árabe, Syriza en Grecia, los indignados y Podemos en España y muchos otros movimientos en diferentes partes el mundo. Esta resistencia a la globalización neoliberal continúa de diferentes formas en la candidatura de Berni Sanders o las decenas e incluso cientos de miles que, de forma espontánea, están saliendo a las calles para manifestarse en contra de las medidas de Trump que afectan a los migrantes, los musulmanes, las mujeres, el medio ambiente, la libertad de información, la salud y el estado de derecho en el país del norte.
Estos procesos de movilización social y política, que incluso llegaron a establecer gobiernos con gran apoyo popular, no fueron capaces de construir una alternativa estructural al neoliberalismo. Las medidas mas progresivas que implementaron, los gobiernos progresistas de América Latina, no rompieron con el imaginario de progreso y modernidad del consumo neoliberal y reforzaron un extractivismo que, aunque controlado en muchos casos por el Estado, es totalmente funcional a la globalización transnacional. Las dirigencias de los movimientos sociales en el gobierno fueron capturadas por la lógica del poder y optaron por un pragmatismo, que dejó en el papel propuestas radicales como el Vivir Bien o los derechos de la Madre Tierra, para impulsar alianzas con sectores de poder económico y/o político que les permitían preservarse en el gobierno. Con el correr de los años, los nuevos sectores de poder emergentes, parasitarios del Estado, desataron formas de acumulación basadas en la corrupción, que agravaron aún más la crisis de estos gobiernos.
Después de más de una década de gobiernos progresistas en varios países de América Latina vemos el retorno de gobiernos neoliberales, directamente gestionados por la gran burguesía. Los gobiernos “progresistas” que aún sobreviven lo hacen a costa de un recrudecimiento del extractivismo, la imposición de megaproyectos y la aplicación de medidas restrictivas, continuistas y, en muchos casos, autoritarias que sólo ahondan el descontento popular.
¿Nueva fase del proceso de globalización?
El proceso de globalización neoliberal probablemente ha entrado a una nueva fase que está caracterizada por los siguientes elementos:
- a) La crisis del capitalismo se ha vuelto crónica. Hemos ingresado a un período de crisis continúa que afecta a los países del norte y del sur, que comienza a erosionar poco a poco aquella división que había entre países “desarrollados” y en “desarrollo”. Ahora, la nueva normalidad es la crisis permanente que genera grandes bolsones de pobreza al lado de burbujas de gran concentración de riqueza en todos los países. El capitalismo vive y se retroalimenta a través de esta crisis continua que posibilita la obtención de increíbles ganancias para ciertos sectores del capital. Estamos ante el inicio de un capitalismo del caos que no sólo aprovecha las crisis ambientales, sociales, económicas y bélicas sino que las provoca de manera constante para posibilitar procesos de acumulación aun mayor de capital.
- b) El capitalismo está alterando el sistema de la Tierra. La afectación al medio ambiente ya no es a nivel local o nacional sino que incide en el funcionamiento del sistema del planeta, dislocando una serie de equilibrios que posibilitaron el desarrollo de la agricultura hace más de once mil años. El capitalismo no es un sistema que se auto regule. La lógica del capital no reconoce ningún tipo de límite. El capitalismo está en un proceso de reconfiguración nunca antes visto en un planeta finito que comienza a ingresar en una situación de desequilibrio ecológico.
- c) Una nueva revolución tecnológica con grandes peligros y oportunidades. Algunos la llaman la cuarta revolución industrial y la diferencian de las anteriores (el vapor, la electricidad y la electrónica-informática) porque está marcada por la biotecnología y la automatización en expansión. Está disrupción tecnológica permitirá almacenar electricidad e impulsará la generación de energía solar, eólica, así como la producción de vehículos eléctricos de manera nunca antes vista. Sin embargo, al mismo tiempo, agravará aun más las desigualdades económico-sociales, acrecentará el desempleo con la automatización y beneficiará, en particular, a aquellos sectores y países que están en condiciones de innovar y adaptarse a las nuevas tecnologías. Uno de los peligros más graves es la tentación de utilizar estas tecnologías para intentar controlar el cambio climático, a través de la geoingeniería, o promover la biología sintética para crear nuevas formas de vida que puedan ser patentadas para obtener nuevas ganancias.
- d) El ahondamiento de las disputas y conflictos comerciales y económicos. La emergencia de gobiernos nacionalistas de derecha en países cómo Estados Unidos, Rusia, India, Filipinas, Turquía y otros no frena el proceso de globalización neoliberal sino que exacerba sus contradicciones y conflictos. Trump no va romper con la esencia del neoliberalismo. Mientras critica a los capitales norteamericanos que migran a otros países, el mismo mantiene negocios fuera de los Estados Unidos y aprovecha la liberalización del comercio para incrementar sus ganancias. Trump lo que busca es reajustar y renegociar algunas políticas de liberalización comercial para reposicionar la economía norteamericana, sobre todo en relación a la economía China, y disminuir el gran déficit comercial con México. La aplicación de medidas proteccionistas arancelarias desencadenará guerras comerciales y tensiones nunca antes vistas en un mundo que se ha vuelto multipolar. Calificar a Trump y a otros gobiernos reaccionarios simplemente de nacionalismos populistas de derecha es ocultar su profunda esencia y proyecto neoliberal. Lo que tenemos son diferentes tipos de gobiernos nacionalistas neoliberales. Ellos conjugan dos tendencias opuestas, (nacionalismo y neoliberalismo), que sólo hacen más explosiva esta nueva fase de la globalización. El neoliberalismo seguirá avanzando combinándose con propuestas nacionalistas descabelladas como son la construcción de muros entre los países.
- e) El agravamiento del intervencionismo y los conflictos bélicos. Estados Unidos ya no es la potencia económica dominante pero sigue siendo la principal potencia militar del planeta. Su rol, a este nivel, es determinante y estará marcado por alianzas, disputas e intervenciones buscando, por un lado, minar a gobiernos que no están totalmente bajo su esfera mientras, por otro lado, ensaya alianzas que hasta hace poco parecían inverosímiles. El mapa geopolítico de las últimas décadas tenderá a cambiar y enfrentaremos situaciones inesperadas por la yuxtaposición de disputas económicas y geopolíticas.
- f) El socavamiento de la democracia y la expansión del autoritarismo, la xenofobia, la misoginia y el racismo. Los nacionalismos neoliberales tienden a desviar el descontento de la población contra los impactos del neoliberalismo hacia los migrantes, las mujeres, las comunidades LGBT, las poblaciones de color, los pueblos indígenas, los drogadictos y todos aquellos que pueden ser calificados como una amenaza. El recorte de los derechos civiles, políticos, humanos, económico, sociales y culturales está en curso en diferentes partes del planeta. La democracia liberal está siendo socavada para imponer un autoritarismo que nace del voto pero que no respeta el ordenamiento jurídico establecido.
- g) La emergencia de formas amplias y diversas de resistencia social. La expansión del autoritarismo neoliberal está provocando importantes procesos de resistencia espontanea, muy intensos y extendidos. La convergencia de diversos movimientos e individuos, que confluyen por miles a las calles, crea nuevos procesos de articulación y solidaridad que trascienden fronteras. La ofensiva de Trump en múltiples frentes provoca reacciones nunca antes vistas y procesos de construcción de nuevos movimientos, redes, alianzas, organizaciones e instrumentos políticos. El destino de esta nueva fase de la globalización depende sobre todo de cómo se configuren estos procesos de resistencia social, de las victorias que obtengan, del desarrollo de verdaderas alternativas políticas y económicas al neoliberalismo, y de cómo se vaya desarrollando una democracia real que no se agote cuando la movilización en las calles amaine.
Muchos de los elementos, más arriba mencionados, ya han estado presentes en otros momentos del devenir del capitalismo, sin embargo, su grado de intensidad y convergencia explosiva con otros que recién emergen ha abierto una nueva fase de la globalización, de alta complejidad y conflictividad, que está marcada por el surgimiento de grandes peligros y a su vez grandes oportunidades de transformación social.
Deconstruir la globalización
La deconstrucción de la globalización, según Walden Bello, es necesaria para poder pensar en la reconstrucción de una integración al servicio de la humanidad y la vida en general como la conocemos. Para un efectivo cambio social es necesario debilitar el dominio de los sistemas antiguos, minar su hegemonía y desarticular varias de sus reglas e instituciones.
Para que las alternativas florezcan es necesario deslegitimar, detener, agravar las contradicciones y descomponer tanto la ideología como las instituciones de la globalización encarnadas en el FMI, el Banco Mundial, la OMC y los tratados de libre comercio e inversiones.
Este proceso de deconstrucción ha tenido victorias importantes contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ó la movilización contra la OMC que frenó la negociación de liberalización comercial en este organismo hasta la Conferencia Ministerial de Bali, Indonesia, en el año 2013. Sin embargo, la lección después de todos estos años es que estas organizaciones tienen una gran capacidad de adaptarse y reinventarse a sí mismas, capturando elementos de la crítica y relanzando su ofensiva.
Ese ha sido el caso del Banco Mundial que, después de varias derrotas en los procesos de privatización de los servicios públicos de agua, ha reempaquetado su vieja política bajo una propuesta más inteligente y peligrosa que lleva el nombre de “Asociaciones Público-Privadas”. Ese también es el intento de utilizar la crisis climática y ambiental para lanzar una nueva ofensiva de financiarización de la naturaleza a través de la llamada “economía verde”.
Y así mismo, ese es el caso de la liberalización comercial que, después de la derrota del ALCA y el estancamiento de las negociaciones de la OMC, ha continuado a través de una serie de tratados de libre comercio e inversiones a nivel bilateral y subregional. En la actualidad este proceso de resistencia a la liberalización comercial se complejiza por la emergencia de gobiernos nacionalistas neoliberales como el de Trump que se retira de acuerdos de libre comercio como el TPP (Acuerdo de Asociación Transpacífico que fue firmado por 12 gobiernos después de una década de negociación) y plantea la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norte América vigente desde 1994 entre Estados Unidos, México y Canadá.
El proceso de crisis y reconfiguración del capitalismo está teniendo un impacto en las formas de resistencia de los movimientos sociales de todo el mundo. Las estrategias de deconstrucción de la globalización que resultaron efectivas en el pasado ahora no tienen el mismo impacto. Espacios como el Foro Social Mundial y varias redes antiglobalizadoras han perdido protagonismo. Sin embargo, la emergencia de iniciativas, acciones, luchas, debates y alternativas locales, comunales y regionales continua de forma muy amplia mostrándonos que las semillas de los “otros mundos posibles”, por los cuales estamos peleando, ya están comenzando a germinar.
En la última década, hemos pasado de un momento donde destacaban las luchas globales contra el FMI, el Banco Mundial y la OMC a una fase donde predominan las luchas nacionales y locales. Diferentes movimientos sociales de nuevas características han aparecido en diferentes países. Algunos han conformado partidos e instrumentos políticos que incluso han llegado a ganar elecciones. El devenir de estas experiencias de intervención política de los últimos años hace necesario encarar la más amplia reflexión sobre el poder y los movimientos sociales, sobre el neoliberalismo y el extractivismo, y sobre otras cuestiones necesarias para enfrentar de manera más efectiva la globalización neoliberal.
El surgimiento de gobiernos progresistas en América Latina ayudó a promover diferentes iniciativas de deconstrucción de la globalización, pero el hecho de que las organizaciones sociales, que les dieron nacimiento, perdieran su autonomía frente a estos gobiernos terminó debilitando a esos movimientos.
Así mismo, la aparición de nuevos movimientos, como Occupy, los Indignados y la Primavera árabe, han sido muy importantes, pero han tenido resultados muy diversos. En algunos casos temporales; en otros, han dado origen a instrumentos políticos (España y Grecia); y en otros han tenido desenlaces muy contradictorios (Egipto).
De otra parte, es necesario revisar las estrategias de apoyo en general a países “en vías de desarrollo” o del Sur en contra de los países “desarrollados” o del Norte porque detrás de los primeros se encuentran nuevas élites y corporaciones que se están beneficiando y lucrando con el “derecho al desarrollo” de esos países. Así mismo, muchas empresas estatales de países del Sur se comportan como empresas privadas en relación a los recursos naturales y los derechos laborales.
La lucha contra la OMC y los Tratados de Libre Comercio siempre estuvo marcada por la utilización de las contradicciones entre países capitalistas y entre diferentes sectores de la burguesía para trabar las negociaciones de liberalización comercial. Ahora, con la emergencia de los nacionalismos neoliberales, que anteponen su país al resto del mundo, se abren nuevas contradicciones que se pueden y deben explotar. Sin embargo, es fundamental nunca perder de vista que se trata de disputas entre diferentes sectores del capital que quieren remodelar la globalización en función de sus intereses particulares.
El proceso actual, de deconstrucción de la globalización neoliberal, se ha complejizado y tiene que ser visto en su integralidad y no sólo en su dimensión comercial. Es posible que se frene un acuerdo comercial pero que al mismo tiempo se acentúe el saqueo de recursos naturales, la perdida de conquistas sociales y la degradación de derechos fundamentales. Reducir la lucha contra la globalización a solamente uno de los componentes del neoliberalismo sería un gran error. Por el contrario, lo más importante es promover nuevos procesos de convergencia que vayan más allá de campañas aisladas o fragmentadas alrededor de cuestiones puntuales y que encaren de manera mas comprehensiva los elementos constitutivos de esta nueva fase de la globalización articulando de manera efectiva la dimensión mundial, regional, nacional, local e individual.
Alternativas a la globalización
El corazón de la desglobalización está en promover nuevas formas de integración mundial y regional que preserven y permitan el florecimiento de la vida en sus múltiples dimensiones. Las alternativas de la desglobalización se han ido transformando y enriqueciendo a lo largo de los años. En un principio, las propuestas estaban centradas más en lo que debían hacer los Estados nacionales para preservar su soberanía y capacidad de decisión frente a la globalización. Hoy, está claro que la desglobalización no puede limitarse al accionar de los Estados que, en general, han sido funcionales al proceso de globalización del capital.
Una de las más importantes propuestas de la desglobalización es la desfronterización para permitir la libre circulación de las personas, sin importar su nacionalidad, creencias religiosas, cultura, condición económica, género o raza. Entonces, una de las principales demandas es acabar con los muros y las prohibiciones al libre transito de las personas. Un mundo desglobalizado es un mundo solidario con todo aquel que es victima de la violencia, el desempleo, el desplazamiento de sus fuentes de subsistencia y los desastres naturales. Sin fraternidad entre seres humanos diversos no es posible construir una integración mundial. La promoción de la unidad en la diversidad a todos los niveles es esencial para encarar un proceso de desglobalización.
Así mismo, la desglobalización implica un cambio profundo de nuestra relación con el sistema del planeta Tierra. Desglobalizarse es reconocer y respetar los límites y ciclos vitales de la naturaleza, es asumir que la Tierra es nuestro hogar y que ninguna actividad económica, geopolítica o tecnológica debe agravar el desequilibrio ecológico que ya sufrimos. Desglobalizarse es asumir que más allá de los Estados e intereses nacionales está el sistema de la Tierra. En este sentido, la desglobalización sólo es posible si se descarboniza la economía, si se frena la deforestación y destrucción de la biodiversidad, si se cuida el agua y se preservan los diferentes ecosistemas.
A diferencia del capitalismo que promueve una globalización neoliberal para explotar mejor los recursos naturales y humanos, la desglobalización antepone la dimensión humana y ambiental en todo proceso de integración.
La desglobalización no es contraria al comercio ni al intercambio de productos o servicios, pero plantea que esta no debe erosionar a las comunidades y economías locales y nacionales provocando una especialización que al final acabe con la diversidad que es esencial para la vida de todo organismo. La desglobalización abraza el principio de la subsidiariedad que nos plantea que toda decisión política o económica debe ser adoptada por el nivel de gobierno más cercano al problema. Quienes conocen mejor la realidad local, y serán los primeros en sufrir los efectos de cualquier decisión, deben ser quienes primero opinen y se pronuncien. La adopción de una decisión política o económica que afecte el terreno local debe realizarse fundamentalmente a ese nivel, y sólo cuando sea realmente necesario ese poder de decisión debe ser transferido a nivel nacional, regional o mundial. La desglobalización no es posible sin una real democracia. Las decisiones estratégicas a nivel político, económico y ambiental deben realizarse con la más amplia participación democrática y no deben dejarse al mercado o a los tecnócratas y burócratas del Estado.
La producción de una comunidad, región o país debe estar fundamentalmente dirigida a atender las necesidades de sus población y no estar orientada a la exportación. La economía no puede basarse en un extractivismo que deteriora aún más los ecosistemas de la tierra.
Las reglas comerciales no pueden ser uniformes para todos los países. No se puede poner a competir tiburones contra sardinas. En ese marco, las reglas comerciales y de inversiones deben ser asimétricas para favorecer a las economías más pequeñas, a los países que fueron erosionados en su economía y agricultura por el gran capital transnacional, el colonialismo y el intervencionismo de las grandes potencias. Las políticas comerciales -como cuotas, aranceles y subsidios- se deben utilizar para proteger a las economías locales de la importación de mercaderías subvencionadas de grandes corporaciones que establecen precios artificialmente bajos.
La producción de alimentos, esencial para la vida humana, no puede estar sometida a reglas de mercado. Las alternativas de la desglobalización están en consonancia con la Soberanía Alimentaria que plantea La Vía Campesina que aglutina a 200 millones de miembros en todo el mundo. Según la Declaración de Nyéléni, aprobada en el Primer Foro Internacional para la Soberanía Alimentaria, realizado en Mali el año 2007:
“La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas. Defiende los intereses de, e incluye a, las futuras generaciones. Nos ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el comercio libre y corporativo y el régimen alimentario actual, y para encauzar los sistemas alimentarios, agrícolas, pastoriles y de pesca para que pasen a estar gestionados por los productores y productoras locales. La soberanía alimentaria da prioridad a las economías locales y a los mercados locales y nacionales, y otorga el poder a los campesinos y a la agricultura familiar, la pesca artesanal y el pastoreo tradicional, y coloca la producción alimentaria, la distribución y el consumo sobre la base de la sostenibilidad medioambiental, social y económica. La soberanía alimentaria promueve el comercio transparente, que garantiza ingresos dignos para todos los pueblos, y los derechos de los consumidores para controlar su propia alimentación y nutrición. Garantiza que los derechos de acceso y a la gestión de nuestra tierra, de nuestros territorios, nuestras aguas, nuestras semillas, nuestro ganado y la biodiversidad, estén en manos de aquellos que producimos los alimentos. La soberanía alimentaria supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades entre los hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y generaciones” (Declaración de Nyéléni, 2007).
La desglobalización parte de un conjunto de experiencias que se están desarrollando en el mundo a nivel de la agricultura, la producción, las comunicaciones, la información y otras, que surgen desde diferentes tipos de comunidades humanas. Para la desglobalización, las alternativas a la globalización no son algo por venir, sino que ya están presentes a diferentes niveles en la sociedad. Sin embargo, como dice Walden Bello, “muchas de estas alternativas se han enfrentado a grandes dificultades y han confrontado serios problemas para mantenerse a la altura de sus objetivos originales porque el sistema de mercado está dominado por grandes empresas transnacionales” (Bello, 2013).
En esta medida, la desglobalización requiere además de la defensa y generalización de estas experiencias locales, el desarrollo de nuevos mecanismos, formas de organización y colaboración que permitan hacer frente a las fuerzas del capital.
A nivel de los Estados nacionales también se han producido ciertas iniciativas inspiradas en los postulados de la desglobalización como son:
- El retiro del CIADI (Centro Internacional para la Resolución de Disputas sobre Inversiones) del Banco Mundial de Bolivia, Venezuela y Ecuador.
- Las disposiciones de la nueva Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia que sientan las bases para la denuncia de todos los tratados bilaterales de inversiones de Bolivia.
- El proceso de revisión, denuncia o no renovación de los tratados bilaterales de inversiones y el cuestionamiento y rechazo a clausulas de solución de controversias entre inversionistas y Estados en acuerdos comerciales.
- La renegociación y remplazo, en el 2009, del Tratado de Libre Comercio entre Bolivia y México por un acuerdo comercial sólo de bienes y servicios en los que se eliminan los capítulos de Propiedad Intelectual, Inversiones, Compras del Sector Público y otros.
Sin embargo, la experiencia de las últimas tres décadas muestra que estas alternativas parciales y puntuales no pueden convivir a la larga con la globalización, y que son aisladas, arrinconadas, distorsionadas o cooptadas por la globalización si es que no se expanden y complementan con otras alternativas cada vez mas profundas, amplias y diversas que rompan con la lógica del capital.
La desglobalización es esencialmente anti-capitalista porque no se puede pretender una integración para la vida en el marco del capitalismo. La desglobalización persigue un amplio proceso de redistribución equitativa de las fuentes de vida que hoy están fuertemente concentrados en manos de unos pocos. Estos procesos de redistribución implican medidas impositivas, controles financieros, expropiaciones, nacionalizaciones, una profunda reforma agraria y urbana, la eliminación de los productos financieros derivados y los paraísos fiscales, y procesos ampliados de control y socialización de los grandes capitales.
La sociedad tiene que poseer y controlar democráticamente el sistema financiero, implementar un sistema monetario internacional basado en un nuevo sistema de reservas, incluyendo la creación de monedas de reserva regionales con el fin de acabar con la supremacía del dólar. Cancelar la deuda de los países que hoy agobian a los pueblos y que fue impuesta para beneficiar interés privados y de corporaciones. Establecer sistemas de crédito justos, soberanos y transparentes (Economy for Life, 2013).
La desglobalización no puede florecer sin la toma y transformación del poder estatal por las fuerzas sociales. Este proceso de transición combina reformas y revoluciones a diferentes niveles donde el indicador principal de avance está dado por el empoderamiento y participación real de la población en la construcción de su presente y futuro. Democratizar la gestión de la propiedad estatal de las empresas públicas, fortalecer los comunes que existen y desarrollar otros para transformar a los consumidores en productores, fortalecer la auto-organización y autogestión de la sociedad, sancionar la corrupción y el nepotismo son esenciales para que los procesos de transición no se estanquen e involucionen.
Los cambios locales y nacionales deben confluir hacia nuevos y más amplios procesos de integración que sean de carácter soberano y estén basados en la complementariedad y no en el mercado. La única forma de que un país pueda avanzar en la construcción de un modelo alternativo es a través de la alianza con otros países que estén en el mismo camino.
En un mundo cada vez más multipolar existen diferentes procesos de integración o alianza que agudizan las contradicciones de la globalización pero que en si mismos no cuestionan su esencia neoliberal. Son procesos de integración promovidos por burguesías nacionales que se disputan una fracción del mercado y los recursos del planeta. Este es el caso, por ejemplo, del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que no constituye una real alternativa al proceso de globalización neoliberal, aunque algunas de sus medidas pueden ser coyunturalmente progresivas en tanto cuestionan la hegemonía de Estados Unidos o Europa. Sin embargo, en esta fase de la globalización no podemos caer en el pensamiento estrecho de que “todo enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Hoy no hay un solo poder económico dominante. En franca disputa con los capitales de Estados Unidos y Europa tenemos a la China, Rusia, India y otros sub-imperialismos regionales como Brasil y Sud África.
El proceso de integración del ALBA entre Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba y Nicaragua intentó ser un proceso distinto basado en la complementariedad y no en la competencia mercantil. Sin embargo, no tuvo el éxito deseado porque, por un lado, se basó en el extractivismo y, por otro lado, incentivó una lógica rentista que erosionaba la capacidad de autodeterminación de los movimientos sociales. La construcción de procesos de integración alternativos a la globalización requiere de la implementación de proyectos nacionales que fortalezcan sobre todo las experiencias de auto-organización y autogestión de los diferentes sectores sociales para satisfacer sus necesidades fundamentales y superar los patrones consumistas y los imaginarios de modernidad que son la fuerza más poderosa e invisible del neoliberalismo.
Una integración alternativa a la globalización neoliberal no puede florecer en el marco del capitalismo. No es posible imaginar economías mixtas que excluyan a las transnacionales. Las transnacionales y el capital financiero son la avanzada del capitalismo. Las experiencias de economía mixta o economía plural sólo pueden prosperar en una economía mundial no dominada por la lógica del capital. En esta medida, las alternativas de la desglobalización, que en un inicio pueden parecer reformistas, para consolidarse y profundizarse, deben ir adquiriendo un carácter cada vez más anticapitalista.
Las instituciones internacionales que hoy dominan la globalización no son reformables. Estas tienen que ser erosionadas y remplazadas por otras nuevas que se vayan creando bajo una lógica distinta destinada a servir a los intereses de la humanidad y al equilibrio de los ecosistemas. El proceso de desplazamiento de la vieja institucionalidad centrada en el FMI, el BM y la OMC dependerá mucho del surgimiento de otros mecanismos alternativos a nivel regional e internacional. Estos nuevos mecanismos internacionales deben ampliar el ejercicio de la democracia real no solo a nivel de los Estados sino de la sociedad global en su conjunto. Sin un desplazamiento del poder de decisión hacia los pueblos es difícil imaginar una floreciente integración alternativa a la globalización.
Las alternativas a la globalización no pueden ser encaradas sólo a nivel económico y, menos, meramente comercial. La desglobalización tiene múltiples dimensiones políticas, sociocultuales, de género y ambientales. En este marco, uno de los más grandes desafíos de la desglobalización es forjar acuerdos y mecanismos internacionales realmente vinculantes que permitan atender la crisis climática según los criterios de la ciencia.
La desglobalización no persigue remplazar el modelo homogenizador de la globalización por otro de aplicación universal para todos los países y comunidades. Desglobalizarse es abrazar la diversidad, es promover una integración que respete y promueva las múltiples visiones y formas de auto-determinación.
La desglobalización está lejos de ser una propuesta acabada y cada vez requiere ser alimentada desde diferentes perspectivas para poder forjar una integración para los pueblos y la naturaleza.
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