[Elizabeth Peredo, 2013] La pregunta de si existe una humanidad y si podemos pensar en intereses globales como especie humana, más allá de los intereses nacionales lleva a considerar si los sistemas que rigen hoy la vida humana están ayudando a mantener aquello que denominamos una “naturaleza humana” basada en la empatía, la solidaridad y sobre todo el sentido de sobrevivencia como colectivo o si mas bien hemos elegido una ruta de desmembración del género humano.
El punto de partida podría ser el Informe del Desarrollo del PNUD 2013 que invita a mirar de modo entusiasta el crecimiento económico del Sur. Al parecer el balance sobre que hay más dinero para redistribuir y que la América el Sur crece a un ritmo mayor y más acelerado que las naciones industrializadas sería suficiente para albergar un optimismo de “igualdad y soberanía”. Me pregunto entonces: ¿Qué parte del crecimiento del Norte se está dando en el Sur? No solamente en términos de modelos culturales de producción y de consumo (por lo tanto de desechos y de huella ecológica), sino también en términos concretos de inversiones de empresas y economías del norte en el sur. Y que para cualquier balance sobre el “crecimiento” económico debe estar bajo el lente de la crisis global de los bienes comunes. La crisis global es una perspectiva que debe incluirse en la evaluación del “crecimiento económico” que está ocurriendo en el Sur (mientras tanto la crisis económica está impactando países como Grecia o Chipre digitado por las multilaterales) y dando cuenta del papel destructivo de las grandes corporaciones y el poder financiero.
Todo depende de la perspectiva: una perspectiva “desarrollista” verá esta “emergencia” del Sur como un éxito que superará la pobreza tradicional de nuestras regiones y promoverá niveles de redistribución y probablemente los mismos niveles de producción y patrones de consumo del Norte. Si vemos estos fenómenos a través de los cambios globales de origen antropogénico, particularmente el cambio climático, la crisis alimentaria y la enorme deuda de desarrollo del norte al sur, veremos que el mundo acaba de traspasar con mucho los límites al crecimiento, a pesar de que contamos con la información de que ello nos llevará al colapso.
Sudamérica está creciendo, nos estamos volviendo una región de clase media, la minería y el extractivismo salvaje están por todas partes, nuestras ciudades están experimentando un auge de nuevas construcciones, la agricultura tradicional está amenazada por el uso de la tierra para el monocultivo y las exportaciones que se ha convertido en renovado ideal neoliberal: “exportar y hacerse ricos”. Incluso Bolivia aprobó en años pasados la ampliación de su frontera agrícola y la apertura al uso de transgénicos, Brasil presiona para construir grandes represas que afectarán a las comunidades indígenas y los bosques amazónicos. Las grandes transnacionales y el desarrollo capitalista despiadado está operando a través de los estados nacionales sea cual sea su ideología. Mientras que las mejoras en las economías de las personas – allá donde se concentran – parecen estar perfilando una nueva clase media que prefiere soñar con la ilusión que sólo hay que “apretar el interruptor” para imaginar estar viviendo en un mundo confortable”.
Pensar el país, la economía y lo que se denomina “el desarrollo” debe, a estas alturas e inevitablemente hacerse desde el lente de los cambios globales, desde la crisis de los bienes comunes, desde el balance a conciencia de lo que se ha devastado y debemos dejar para nuestros congéneres para hoy y mañana. Pero el desafío más importante que tenemos es como reconstruir nuevamente los lazos de empatía, afecto por la vida y solidaridad entre los seres humanos para poder sostener procesos de restauración de la naturaleza y el tejido social.
Fuente: http://www.funsolon.org
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