[Antonio Rodríguez Jaramillo, Revista de Ciencia Humanas N24 UTP] El poder no es concebido como una cosa que se posea, no es una propiedad a la que sólo algunos pocos tienen acceso, no es un algo cuyos efectos se atribuyen a la apropiación, a una posesión adquirida por privilegio y ejercido por una clase dominante, no es exclusivo de los aparatos del estado. El poder no es exclusivamente una prohibición que un sujeto imponga a otro, él atraviesa a lo ancho y a lo hondo a todos los sujetos incluyendo a los que intentan resistirle. El poder es positivo, si sólo fuera negativo estaría limitado a reprimir y no produciría nada, “… en ello consistiría la paradoja de su eficacia; no poder nada, salvo lograr que su cometido nada pueda tampoco, excepto lo que le deja hacer” (1) . La tendencia de la sociedad occidental moderna de representarse el poder de manera negativa puede entenderse desde el ejercicio mismo del poder cuya eficacia está dada en relación con su capacidad de esconder sus mecanismos; si el poder fuera cínico, descarnado su aceptación sería limitada y vulnerable. Así, el poder domina a los que ha sometido y se convierte en indispensable para los sometidos que asumen su ejercicio como conveniente y legítimo. Casi desde el siglo XVIII, se estableció la tendencia de centrar el poder de las monarquías en las fronteras del no derecho, en el ámbito de lo arbitrario, del capricho y privilegios, desconociendo que esas monarquías se edificaron con teorías de derecho que fueron, a su vez, mecanismos de expresión del poder. Hasta nuestros días, se sigue analizando el poder desde el marco de lo jurídico: si cumple o no con la ley, como si el poder estuviese regido por la ley y desconociendo que la ley es una manifestación y técnica del poder mismo. El poder no es un conjunto de instituciones que sujetan a los individuos, o una serie de reglas, códigos que condicionen la libertad, o un sistema mediante el cual un grupo domina a otro, ni es la soberanía, ni la ley;
“… por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornen efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales”
El poder es omnipresente porque se produce siempre en cada instante y en todo punto relacionado con otro, el poder no engloba todo pero viene de todas partes. Lo que posiblemente se pueda leer como estable y repetitivo del poder son sólo sus efectos;
“Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados; es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada”
El asumir el poder desde una nueva concepción lleva a Foucault a una confrontación y crítica de las representaciones tradicionales, marxistas y paramarxistas del poder en términos de propiedad, localización, subordinación, esencia o atributo, modalidad, legalidad y saber-poder.
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