por Pablo Solón
Nos encontramos por última vez con Xavier Ricard Lanata en un café a pocos pasos del Arco de Triunfo en Paris. Corría el mes de diciembre de 2019. Nos recibió con un profundo abrazo y un “mi pata del alma”[1]. Tenía una boina francesa que cubría su cabeza pelada y su cicatriz. Esperábamos encontrarlo decaído, pero estaba optimista como de costumbre. Primero hablamos de sus dolencias hasta que se me hizo un nudo en la garganta. Entonces la conversación giro hacia la política y la ecología. Xavier era un etnólogo y filósofo que quería cambiar el mundo. El creía que las condiciones estaban dadas para operar un gran cambio si había un grupo humano decidido, organizado y movilizado entorno a un programa claro y radical de transformación.
Xavier creía en el poder de las ideas. Cuando conversamos por primera vez el año 2012 nos hicimos “patas” porque compartíamos la necesidad de analizar a profundidad la nueva situación mundial post-crisis del 2008 y construir nuevas alternativas alter-mundialistas. Ambos creíamos que propuestas como el decrecimiento, el Vivir Bien, los comunes, el ecofeminismo y otras, eran necesarias, pero insuficientes para hacer frente a las crisis sistémicas en curso. La clave era buscar la complementariedad entre las mismas, y forjar nuevas alternativas multidimensionales y no antropocéntricas. Así nació la iniciativa de alternativas sistémicas.
Él consideraba que no teníamos que consumirnos totalmente en el indispensable activismo, y que debíamos dedicarle tiempo y esfuerzo a la comprensión de la realidad cambiante y a la formulación de nuevas propuestas. Ambos compartíamos una visión crítica del progresismo latinoamericano, y de su cooptación por la lógica del poder.
En nuestro último encuentro presencial nos habló de su saga terrestre de cuatro libros: “La tropicalización del mundo”, “cuatro escenarios para la desglobalización”, un tercero sobre la relación entre el Estado y la naturaleza, y un cuarto sobre la verdadera abundancia de las asociaciones multi-especie.
Xavier era un cholo[2] que nunca dejó los Andes. El mundo indígena y los nevados siempre estaban presentes como mariposas de luz que enaltecían su ser sensible y solidario.
[1] “Pata” es un modismo peruano que puede tener diferentes significados pero que en este caso significa “Es como mi pata (pierna o pie): no se separa de mí”, “mi entrañable amigo”.
[2] La palabra “cholo” viene del quechua “chulu” que significa mestizo, hijo de padres de diferentes etnias.