Un Mundo Frontera: Reflexiones en tiempos del Antropoceno

Elizabeth Peredo Beltrán, Septiembre 2019

En el año 2000, dos científicos, uno de ellos Premio Nobel de Química Paul Crutzen y el otro, destacado biólogo de la Universidad de Michigan, Eugene F. Stoermer, sugirieron que dada la magnitud de los cambios globales de origen humano en el sistema tierra, deberíamos cambiar el nombre de la era geológica en que vivimos y en lugar de HOLOCENO (un periodo geológico de más de 11.000 años que quiere decir “Edad Moderna”, el mismo que representó una periodo de estabilidad geológica, climática y de diversidad de ecosistemas) deberíamos hablar con mas propiedad del ANTROPOCENO: la Era Humana.

Los datos que con alarma analizaban no dan lugar a dudas: la intervención humana en los cambios globales es hoy “mayor a cualquier otra fuerza natural, su alcance es global y su velocidad está en el orden de décadas a siglos y no de siglos a milenios en referencia al ritmo de cambio comparable en la dinámica natural del Sistema de la Tierra” (IGBP, 2004).

Este diagnóstico que hoy viene de la ciencia natural, fue anticipado por los movimientos ecologistas, sociales, por las ciencias sociales y por las mujeres desde el Siglo XX. La célebre Rachel Carson sintetizaba la alarma en su Primavera Silenciosa escrita hace mas de 50 años: “… hemos adquirido el poder funesto de alterar y destruir la naturaleza. Pero el ser humano es parte de la naturaleza y su guerra contra ella es, inevitablemente, una guerra contra sí mismo.”

A pesar de las alertas y rebeliones que anticipaban el colapso, hoy estamos viviendo cambios globales de enorme magnitud. Lo que Bruno Latour, filósofo, antropólogo y sociólogo francés llama: “perder el piso”. La pérdida de biodiversidad, la alteración del ciclo del nitrógeno, la acidificación de los océanos y otros cambios globales que dan lugar a disrupciones en las cadenas de interdependencias de los sistemas de vida, se suman a las altas concentraciones de gases de efecto invernadero que podrían alcanzar puntos de no retorno hasta mediados de siglo. El cambio climático sintetiza la esencia de estos cambios globales no sólo porque está relacionado con la base de la sociedad moderna: los combustibles fósiles, sino porque en su despliegue abarca territorios reales y simbólicos de la civilización.

Entonces, lo seguimos diciendo, esta no es una crisis ecológica. Haber llegado a un estadio en el que el ciclo de la vida se ha quebrado, es una crisis sistémica que refleja la ruptura profunda de la civilización moderna con la Naturaleza y un quiebre en la propia especie humana por la profundización de las injusticias y desigualdades sociales.

ANTROPOCENO, la “Era humana”, diagnóstico emergente del campo de la ciencia natural ha abierto un enorme debate interdisciplinario en las ciencias naturales, las ciencias sociales, la ecología, la política, la filosofía y hasta en la cultura y el arte. ¿Cuando empezó? ¿Fue cuando los nómadas se establecieron para dedicarse a la agricultura y sentaron las bases de la propiedad? ¿No fue cuando se impuso el patriarcado a fuerza de guerras de conquista y sometimiento de los cuerpos, un sistema erigido sobre la base de una ruptura racional y argumentada con la Naturaleza y con el género femenino?; O fue con el inicio del uso del carbón y el petróleo como fuentes de energía y motor de la economía moderna? ¿O mas bien con la Gran Aceleración industrial pactada después de la Segunda Guerra Mundial?: Aquella que permitió el despliegue obsceno de la industria de la obsolescencia programada, la cultura del plástico, la comida rápida y el pollo “producido” como base de la alimentación barata, de la vida acelerada y la competencia feroz… de los ensayos y la bomba nuclear, de las guerras de acumulación y la industria de las armas.

Las visiones eco marxistas, ecofeministas y ecologistas no se han dejado esperar para disputar la explicación de el diagnóstico de este nuevo estadio de la historia del planeta y para desmontar la idea de que se trata de un “destino de la civilización” que responsabiliza a “toda la humanidad”. Capitaloceno, Faloceno, Plantatoceno o Chuthluceno se convierten en conceptos alternativos que desafían la categoría Antropoceno e invitan a una lectura crítica para interpretar lo que sucede en el planeta.

Pero tal vez la pregunta mas importante es: ¿Cómo va a ser la vida en un planeta que vive permanentemente la presión del despojo? El diagnóstico de esta nueva era está invocando a una reflexión muy profunda sobre el futuro de la civilización y del ser humano. Es un nuevo “mapa” que muestra muy claramente la deriva autoritaria y antropocéntrica del sistema social. Una situación que muy pocos se atreven a mirar con objetividad y autocrítica porque implica enfrentar su propia alienación y sus propios miedos.

Esta situación, que yo denomino “Mundo Frontera” nos ha ubicado en un límite, en una franja pequeña como especie humana y como especies animales y naturales, un espacio-tiempo disruptivo. Un espacio que metafóricamente lo reflejan con tanto dolor la realidad descarnada de los migrantes y desplazados del mundo entero que se han visto obligados a dejar sus territorios por falta de condiciones humanas, sociales y ambientales que los llevaron a una precariedad insostenible. Lo reflejan Haití, Filipinas, Honduras, El Salvador, Guatemala, Camerún, Irán, Siria… Un desplazamiento de la vida en comunidad que contrasta con el desarrollo de condiciones para el bienestar y tecnologías altamente especializados que benefician a muy pocas élites.

Pero además es un tiempo en el que tenemos que convivir con la incertidumbre. El no saber hacia dónde. Una crisis de sentido. Pero en cierto modo también un espacio de aprendizajes, de nuevas epistemologías, de nuevas formas de vivir y de enfrentar y resolver los problemas. Un momento de creación de solidaridades y perspectivas comunes de lo posible, Un desafío para mantener nuestros imaginarios de justicia social y ambiental acumulados y mantenernos en los umbrales de la empatía para no ceder a la indiferencia; cultivar la ternura al tiempo que alimentar la fuerza de la rebelión. Por eso es una vez más un desafío para pensar diferente y actuar diferente. Una invitación a la complejidad.

Quizá desde esa perspectiva deberíamos pensar la Era Humana con otras claves, es decir, pensarla como una oportunidad de hacer de ésta una época en que podemos activar la reconciliación con la naturaleza y la restauración del propio tejido social. Y para ello hay que superar la enajenación, la indiferencia y el miedo que paralizan e impiden funciones cognitivas complejas y acciones de valor y colaboración. Y sobre todo superar los códigos culturales de la modernidad que nos lleva a un terreno en el que pareciera suficiente llenarse de información pero no conectar con la pasión por cambiar el mundo, manteniendo las alertas que María Popova, escritora búlgara) quien nos recuerda que “el pensamiento crítico sin esperanza, es cinismo”… pero “ la esperanza sin pensamiento crítico es ingenuidad”.

Superar las formas tradicionales de hacer política hoy infectada de cinismo e impunidad, pasa por superar los mandatos de la cultura de la modernidad que nos impone marcos de interpretación y acciones desconectadas de nuestros territorios, los propios, los que tenemos a mano. Los gobiernos y los políticos con poder de decisión (del norte y del sur; de la izquierda y de la derecha) tienen la información del estado de cosas, saben del peligro pero no actúan a la altura de las circunstancias. Su angurria, pasividad e inacción inadmisibles solo nos dicen que han perdido el mas elemental sentido común, han perdido la conexión con la gente y con la vida.

Nos toca informarnos, desarrollar una lectura crítica, recuperar nuestros acumulados, romper con los moldes impuestos y recuperar memorias, conectar y actuar. Tenemos que imaginar lo inimaginable como lo están haciendo jóvenes y niños en su rebelión por el clima. Un movimiento inimaginable, pero posible. Como lo están haciendo las mujeres en todo el mundo para defenderse de la violencia machista inundando las calles y los discursos. Como lo hacen desde hace siglos los pueblos indígenas que habitan, cuidan y defienden sus territorios del extractivismo y la modernidad ecocida. Respuestas inesperadas pero posibles y mas rebeldes que nunca.

Veremos que la transición socioecológica que necesitamos es mas humana de lo que aparenta. Y esto no es poca cosa: desde el ecofeminismo y la ecología política pensamos que deberíamos integrar en los sistemas sociales, hoy invadidas por el economicismo, al menos tres áreas invisibilizadas del “mapa” de las sociedades contemporáneas: la economía y la ética del cuidado producida por el trabajo de las mujeres, que incorpora en su epistemología el sostenimiento de la vida, del propio cuerpo, reproduce las interdependencias y circula alrededor de un elemento invisible pero valiosísimo: el tiempo-; las economías solidarias y las estructuras y principios de los bienes comunes que incorporan los conocimientos y las prácticas sociales para construir y reproducir comunidad desde bases profundamente democráticas y, finalmente, los derechos de la Naturaleza concebidos desde el mundo humano para cuidarla preservar los ecosistemas, iniciar el camino para recuperar su soberanía y su capacidad de regenerarse.

Si nos abriéramos a estas miradas, accederíamos no solo a reconocernos como seres interdependientes y vulnerables sino también seres ecodependientes, que enfrentamos día a día el dilema de someternos al dominio del capital o liberarnos de su yugo para recuperar y recrear una comunidad de la vida. Serán los conocimientos para la vida que vienen de la experiencia cotidiana los que nos ayuden en una transición justa, democrática y pacífica que evite los autoritarismos e imposiciones que amenazan el planeta.

Necesitamos retornar al reconocimiento de la propia vulnerabilidad y de la necesidad de pertenencia que nos permita desmontar la ficción de que lo “controlamos” todo.

Y eso implica cambiar una tradición de pensamiento profundamente arraigada en la cultura occidental moderna que considera a la Naturaleza como un “objeto” al que hay que explotar, modificar y alterar para el “bienestar humano”: Francis Bacon decía que “debemos torturar a la naturaleza hasta sacarle todos sus secretos”. Y por mas arcaico que parezca ese pensamiento, es aún dominante y está muy instalado en los espacios de poder del dominio patriarcal capitalista.

Ante la gran dimensión de esta problemática, confiar en la capacidad humana para re-significar los hechos para la vida es casi un acto de rebelión y sentido de sobrevivencia. Confiemos en que finalmente la capacidad de crear y reproducir la empatía, de mantener los vínculos, de transformar y de crear nuevos vínculos para sanar la sociedad nos permitirán reencontrarnos con la naturaleza.

La Paz, Septiembre de 2019