El agente invisible que desnudó al mesías del multilateralismo

[30/03/2020]

José Carlos Solón

En 1992, al mismo tiempo que las Naciones Unidas consolidaban las bases del desarrollo sostenible durante la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, se crearon, alrededor de esta cumbre, tres convenciones: la de lucha contra la desertificación, la de cambio climático y la de diversidad biológica. Con estos convenios comenzaba una nueva era del multilateralismo, es decir, la del compromiso de negociar y llegar a acuerdos internacionales para enfrentar problemáticas de carácter planetario. Con el paso de los años y a velocidades diferentes, las convenciones fueron cobrando vida propia, las agendas de las negociaciones se fueron complejizando y los temas que se trataban dentro de ellas también. En casi treinta años ha habido 25 Conferencias de Cambio Climático, 12 de desertificación y 14 de diversidad biológica.

Este multilateralismo que en su tiempo reunía la esperanza de un nuevo camino para afrontar las crisis del medioambiente, ha despertado en sus participantes, negociadores y algunos actores de la sociedad civil una nueva forma de fe. Muchos de ellos asisten a las reuniones, como aquellos feligreses que van a misa cada domingo. Cada cierto tiempo anuncian la llegada de un texto, que como un mesías, transformará el planeta. El 2015, se dio el Acuerdo de Paris. Ahí lo tenemos: un mesías en papel, que llegaba, supuestamente, para salvarnos de la crisis climática. Estos Acuerdos “Salvadores” del multilateralismo no aparecen de la noche a la mañana, se gestan en largos procesos, una seguidilla de reuniones durante varios meses.

Este año (2020) ha sido llamado por muchos de los que mantienen la fe ciega y ritual en el sistema de las Naciones Unidas como “el Súper Año de la Biodiversidad”. La Convención de Diversidad Biológica, CBD por su sigla en ingles, anunciaba la llegada de un nuevo “Salvador”; un nuevo acuerdo para el periodo post 2020, con la visión compartida de “vivir en armonía con la naturaleza”.

Se suponía que dicho acuerdo pueda aprobarse durante la decimoquinta Conferencia de las Partes de la CBD (COP15), una reunión internacional con la participación de todos los países donde deberían tratarse temas tan importantes como el fenómeno de la sexta extinción de la vida en la Tierra. La llegada del nuevo mesías estaba prevista para el mes de octubre del 2020 en la ciudad de Kunming en China.

El “Súper Año de la Biodiversidad” comenzó con la publicación, en el mes de febrero, del “borrador cero” de este acuerdo marco post 2020. Desde su publicación, una gran cantidad de delegados negociadores, representantes de las empresas, de las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil discutieron sus estrategias para preparar la llegada del nuevo mesías.

Casi de manera paralela, otro actor se anticipaba a entrar en escena. Un agente microscópico que empezó a manifestarse en China, y que llevó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar, el 30 de enero de 2020, emergencia sanitaria mundial. El COVID-19, un nuevo actor invisible al ojo humano, se tornaba visible en el mundo.

La primera reunión para discutir sobre el “borrador cero”, debía realizarse en China a finales de febrero para preparar la COP15 de la CBD. Sin embargo, con el epicentro de la epidemia en el gigante asiático, la Convención de Diversidad Biológica determinó trasladar la reunión preparatoria a Roma, sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Casi como persiguiendo a la Convención de Diversidad Biológica, y como si estuviera atendiendo a la convocatoria de la reunión, el agente invisible se trasladó también a Italia.

La reunión en Roma se desarrolló en el contexto del inicio de la crisis del coronavirus en el norte de Italia, y en medio de la explosión de la epidemia en la provincia de Wuhan, China. Una evidente tensión se respiraba desde el ingreso a la sede de la FAO; personal medico tomaba la temperatura de todos los participantes de la reunión a cada entrada. La delegación china, que, en su calidad anfitrión para la COP15 hubiese podido ser la más numerosa, se limitó a participar con un par de delegados. Su ejercito de diplomáticos negociadores se quedaron confinados dentro de sus propias fronteras.

A medida que la reunión avanzaba, en los corredores se escuchan rumores de que algunos gobiernos estaban al borde de llamar al repliegue de sus delegaciones. Día tras día, y poco a poco, se veían menos participantes en las sesiones, quienes preocupados por la crisis del COVID-19 regresaban a sus países.

La Secretaría General de la CBD en cada una de sus intervenciones recalcaba que estaban en constantes discusiones con la OMS y que esta aún no había dictaminado cancelar las reuniones internacionales. El tenso ambiente de las negociaciones se iba incrementando a medida que los días pasaban. Durante una de aquellas largas noches de sesión, la delegada de Mongolia, quien había solicitado la palabra, se mostró confundida y preocupada al encender su micrófono, acababa de recibir la noticia de que su país cerraría sus fronteras.

Como era de esperarse y respondiendo a los intereses negociadores de los países más poderosos, al terminar la reunión no hubo una versión final del “borrador cero”. El consenso, una vez mas, fue que no había consenso. Los feligreses del multilateralismo llamaron a no perder la fe en la llegada del nuevo mesías. Algunos delegados y participantes se felicitaron por el arduo trabajo de aquella semana y partieron en silencio, mientras el agente invisible se multiplicaba y desembarcaba en la región de Lacio, cuya capital es Roma.

La “pequeña” conferencia de la Convención de Diversidad Biológica – “pequeña” al lado de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que congrega a decenas de miles de participantes de gobiernos, empresas y sociedad civil – terminó como todas estas reuniones, definiendo las fechas de sus próximas etapas de negociación. En los momentos de su clausura, esta conferencia del multilateralismo aún no caía en cuenta que el mundo se iba a detener. En verdad la CBD estaba tan centrada en si misma que lo único que deseaba era continuar con las negociaciones para anunciar el “Súper Año de la Biodiversidad” y el nuevo mesías de papel en la próxima COP 15. El 2020 tenía que ser el “Súper Año de la Biodiversidad”, porque ya hubo un “Año de la Biodiversidad” el 2009 y la “Década Global de la Diversidad Biológica” empezó el 2011. Sin embargo, el agente invisible, sin ninguna duda, acabará bautizando el 2020 como el “Año del Coronavirus”.

La irónica paradoja, es que, desde su creación en 1992, la Convención de Diversidad Biológica, discute sobre conservación de ecosistemas, especies en peligro y migración de especies, es decir, algunas de las causas de fondo de la crisis del coronavirus: aquel pangolín, debió haber sido protegido en su calidad de animal exótico, los murciélagos que migraron porque sus hábitats se vieron amenazados, también, comprendiendo y tratando las causas estructurales detrás de los hechos. Así pues, este virus es producto de la manera en la que los seres humanos nos relacionamos con la biodiversidad, de la forma en que explotamos la tierra, los bosques, los ríos, los animales y la naturaleza. Sin embargo, aquí estamos, 28 años después: con una crisis que no ha podido ser detenida en su causalidad por este multilateralismo que se jacta de “avanzar” hacia una armonía con la naturaleza.

Seguramente los defensores de la CBD y de este multilateralismo dirán: “hemos hecho mucho”, “podría ser peor”, o algo así como “lo importante es mantener vivas las negociaciones para un día alcanzar el acuerdo deseado”. Pero, ¿cuál es el grado de responsabilidad del multilateralismo en la crisis que estamos viviendo a nivel global? Los feligreses del multilateralismo responderán: “¿Responsabilidad? Ninguna”. Sin embargo, ¿cuánta energía, cuántos recursos, cuánto tiempo, cuántas esperanzas se han malgastado en estas negociaciones que nunca quisieron abordar las causas estructurales de la crisis que hoy nos azota?

Este momento de cuarentena impuesta por el agente invisible que nació debido a la inacción de organismos como la CBD, nos debe servir para reflexionar sobre como reestructurar el multilateralismo en profundidad. Decir “basta” es un primer paso pero no es suficiente. Necesitamos una institucionalidad y un sistema de acuerdos internacionales que construya soluciones reales y deje de proclamar mesías de papel. Hemos estado ante un multilateralismo que no tiene verdadera capacidad de acción y que consume el tiempo sin mecanismos de seguimiento y cumplimiento de los pocos compromisos que se acuerdan. Es tiempo de reinventar el multilateralismo para hacer frente a agentes invisibles como el COVID-19 que en el fondo son producto de la enorme disrupción que estamos causando los humanos y la economía capitalista en la biodiversidad.

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