En 1969, en su reporte anual del Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación, la FAO enfatizó la necesidad de un “mayor empleo de la moderna tecnología, en particular de variedades de alto rendimiento, abonos, plaguicidas y regadíos” para garantizar un “aumento rápido de la producción anual” de alimentos (FAO, 1969). Para entonces la Revolución Verde se encontraba en pleno apogeo, y el empleo de fertilizantes a base de combustibles fósiles y plaguicidas químicos en el sur global ya tenía varios años de recorrido; este último, tanto en el control de vectores transmisores de enfermedades -como con el caso de la malaria- como en el uso cotidiano en actividades agrícolas (Forget, 1990).
Latinoamérica tuvo un papel central en la evolución del modelo implantado por la Revolución Verde. Desde la década de los cuarenta, los países latinoamericanos -en especial México- fueron uno de los principales escenarios donde se ejecutaron los programas de desarrollo de semillas híbridas de alto rendimiento por parte de fundaciones privadas de Estados Unidos (EE. UU.). Para la década de los sesenta, América Latina era una de las principales regiones donde se proyectaron e implementaron los programas de asistencia agraria del gobierno estadounidense.

Amparado bajo el ala de este nuevo modelo productivo, el uso de agroquímicos en la región comenzó a evolucionar progresivamente. El consumo de fertilizantes comerciales a base de combustibles fósiles en América Latina, por ejemplo, pasó de promediar los 0,5 millones de toneladas durante la década de los cincuenta a más de 2 millones de toneladas a finales de la década de los años sesenta (FAO, 1969). Al terminar la década de los setenta, el consumo de fertilizantes en toda Latinoamérica había ascendido a 6,2 millones de toneladas (FAO, 1980), haciendo de los países latinoamericanos en conjunto los segundos con mayor consumo de fertilizantes de los entonces denominados “países en desarrollo”.

El salto cualitativo para la región [5] ocurrió en los años noventa con la “revolución genética” y la paulatina incorporación a los sistemas agrarios nacionales de cultivos en base a OGM. Sin duda, el hito histórico regional se dió en 1996 cuando Argentina autorizó por primera vez la producción de soya GM. Esta autorización rompió el arquetipo agrario regional. Desde entonces, la introducción tanto ilegal como legal de OGM a los demás países de la región –principalmente Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia– comienza a propagarse velozmente; hasta que, en la primera década del siglo XXI, fueron también legalizados en los otros países de la región.

La autorización de semillas GM marcó oficialmente el inicio de un nuevo ciclo económico y tecnológico caracterizado por la cada vez mayor dependencia de los “paquetes tecnológicos” como las semillas GM y los insumos químicos (McKay, 2018). Desde entonces, el nivel de incorporación de distintos OGM en estos países fue en aumento. En la actualidad, existen una amplia gama de eventos aprobados en estos países: 61 eventos aprobados en Argentina, 85 eventos en Brasil, 24 en Paraguay, 19 en Uruguay y 1 evento aprobado en Bolivia (Vicente et al., 2020).
De todas estas variedades de OGM legalizadas en estos países, la soya GM es la que cuenta con mayor superficie cultivada en el subcontinente, seguido luego por el maíz y el algodón. Desde la autorización de la soya GM en Argentina, su superficie cultivada en toda América del Sur pasó de 17,6 millones de hectáreas en 1996 a 62,2 millones de hectáreas en 2019 (Faostat, 2021c; Vicente et al., 2020). La masiva y acelerada expansión del complejo soyero en la región lo convirtió en el commodity agrario de mayor valor económico de estos países sudamericanos, denominados ya para principios del siglo XXI como la “República Unida de la Soya” (McKay, 2018).

La expansión de los cultivos GM en América del Sur creó un aumento directo en el volumen de agroquímicos utilizados en estas plantaciones -principalmente con los herbicidas– como también en las variedades comerciales utilizadas (Catacora-Vargas et al., 2012). De este modo, el uso de plaguicidas por hectárea cultivada se incrementó de 2.08 kg/ha en 1996 a 4.44 kg/ha en 2006 y a 5.8 kg/ha en 2019 (Faostat, 2021b). Así, Sudamérica en conjunto pasó de usar 216.978 toneladas de pesticidas en 1996 a 767.443 toneladas en 2019, equivalente al 18 % del total de pesticidas utilizados en el mundo durante 2019 (Faostat, 2021a).

Para ser más específicos, la amplia mayoría de los pesticidas utilizados en América del Sur se concentra en los países que conforman la “República Unida de la Soya”. En conjunto estos países –Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay- concentran hasta el 84 % de todos los pesticidas usados durante la gestión 2019. Solo Brasil, el país con mayor superficie destinada a cultivos agroindustriales, pasó de usar 49 mil toneladas de pesticidas en 1990 a 395 mil toneladas en 2015 (Faostat, 2021a). Para 2019, Brasil llegó a aglutinar casi el 50 % del total de pesticidas utilizados en todo el subcontinente.

Una tendencia similar se observa en otros países sudamericanos donde se autorizó el uso de semillas GM. Colombia, por ejemplo, mostró un aumento considerable en el empleo de plaguicidas desde principios de los años noventa hasta llegar a su pico en 2005, año en que se usaron más de 117 mil toneladas de pesticidas, para luego descender a 69 mil toneladas en 2019 (Faostat, 2021a). Mientras que Chile, según los datos presentados por la FAO (2021a), mantuvo un uso de pesticidas constante durante los últimos años.
El aumento del uso de pesticidas químicos, sin embargo, no se limita solo a aquellas naciones donde se legalizó el empleo de semillas GM. Otros países donde no se ha legalizado la utilización de OGM también muestran un importante crecimiento en el empleo de estos insumos químicos [6]. Perú, por ejemplo, pasó de usar poco más de mil toneladas de pesticidas en 1990 a más de 10 mil toneladas en 2019. Mientras que en el caso de Ecuador, el uso de plaguicidas se incrementó 13 veces más durante este mismo periodo (Faostat, 2021a).
Indudablemente hay un inequívoco vínculo entre el aumento del uso de pesticidas en los países con predominancia hacia los sistemas agroexportadoras que emplean semillas GM. Sin embargo, los casos de Perú y Ecuador ilustran en gran medida el aumento importante del empleo de estos insumos químicos en aquellos países que no han autorizado el uso de biotecnología en sus sistemas agrarios.
Así, si bien el empleo de agroquímicos en América del Sur tiene como principal asidero los sistemas agroindustriales exportadores de commodities agrarios, también tiene un amplio esparcimiento en los diversos sistemas agrarios de la región. Y es que el uso de insumos químicos en general es el resultado de un modelo económico y de una visión desarrollista que está ampliamente fomentada desde diferentes esferas estatales y, sobre todo, por empresas privadas con capitales globales.
[5] Debido a la disposición en que se presentan los datos, desde la década de los noventa hasta la actualidad las cifras referidas hacen relación únicamente a Sudamérica en particular y no a Latinoamérica en conjunto.
[6] Debido a la poca disponibilidad de datos en países como Surinam, Guyana y Venezuela, el estudio de la evolución del uso de pesticidas en los países sudamericanos donde se encuentra prohibido el cultivo de OGM se tuvo que limitar solo a Ecuador y a Perú.
2 thoughts on “De la Revolución Verde a la República Unida de la Soya: Sudamérica y sus nupcias con los agroquímicos”
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